viernes, 30 de agosto de 2013

Diez castillo visitables en España

ABC publica en su web una selección con algunos de los castillos españoles más notables que se encuentran abiertos al público. Podéis ver el listado pinchando aquí.

Varias de las fortalezas que aparecen en la relación elaborada por el periódico son propiedad o han sido propiedad de aristócratas de nuestro país. Los castillos de Coca y Monterrey, por ejemplo, pertenecen a Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba, si bien el primero fue cedido al Ministerio de Agricultura, que ha instalado en él la Escuela de Capacitación Forestal, y el segundo a la Xunta de Galicia. 

Por otro lado, el castillo de Manzanares del Real forma parte del vasto patrimonio que Íñigo de Arteaga y Martín, duque del Infantado, posee diseminado por toda la Península. En la actualidad es la Comunidad de Madrid quien se encarga de su gestión tras haber llegado a un acuerdo con la familia.

Miguel Ángel de Solís-Beaumont y Martínez Campos, marqués de la Motilla, es propietario del castillo de Almodóvar el Río, en el que, además visitas guiadas, también se celebran eventos diversos y representaciones temáticas. 

Castillo de Almodóvar del Río (Foto ABC)

El castillo de Javier, situado en la localidad homónima y lugar de nacimiento de San Franisco Javier, estuvo hasta principios del siglo XX en poder de la Casa de Villahermosa. María del Carmen Azlor de Aragón e Idiáquez, duquesa de Villahermosa, y su marido, José Manuel de Goyeneche y Gamio, conde de Guaqui, se encargaron de rehabilitarlo y de construir dentro de la fortaleza una basílica y un colegio. Los hermanos del Conde de Guaqui también participaron de manera activa en la financiación de las costosísimas obras llevadas a cabo en el fortín, que la Duquesa de Villahermosa acabó por donar a la Compañía de Jesús. En el panteón de la fortaleza recibieron sepultura la propia Duquesa de Villahermosa, el Conde de Guaqui y los cuatro hermanos de éste. En el castillo concluye cada año la Javierada, una peregrinación en honor al patrón de Navarra, cuyo origen se remonta al año 1886, cuando el beatro fue invocado con el fin de que acabara con una epidemia de cólera que azotaba la región.

Estos cinco castillos, vestigios de un pasado glorioso y digno de recordar, no son más que una muestra reducida del rico patrimonio histórico con el que contamos en España. Por desgracia, el buen estado de estas construcciones no es la norma general, ya que no son pocos los castillos que están en la más absoluta de las ruinas sin nadie haga algo por remediarlo. En manos de las autoridades queda el revertir esta lamentable situación, potenciando la restauración y apertura al público de estos verdaderos protagonistas de la Historia antes de que el paso del tiempo acabe con ellos de manera definitiva.

martes, 27 de agosto de 2013

Mimi o el fin de una época

En aquel abril tricolor de España, tras la larga noche en un Hispano Suiza por las carreteras de los Firmes Especiales que había construido bajo la gobernación de Primo de Rivera, Don Alfonso XIII había llegado a Cartagena y embarcado en un buque de guerra camino del destierro. Y desde una Plaza de Oriente, ay, dolor, donde los manifestantes querían repetir la toma del Palacio de Invierno, por una puerta falsa, entre llantos de viejos alabarderos y lealtades de unos pocos íntimos, Doña Victoria Eugenia abandonaba Palacio. Camino de la estación de Galapagar, donde había de tomar el tren hacia Hendaya. De ese adiós a la Reina en Galapagar quedaron dos fotografías para la Historia de España que en parte terminaba allí. En el andén de la estación, sentado en un banco, solo, la imagen derrotada del Conde de Romanones. Y sobre las peñas del paisaje velazqueño, una niña rubia, que esperaba tomar con su padre el amargo tren de las lágrimas de la Corona, acompañando al destierro a su madrina. Esa niña se llamaba como la Reina, que la había sacado de pila en la Cámara Regia de Palacio: Victoria Eugenia. Esa niña rubia que está en las fotografías de la Historia sentada en una piedra de Galapagar y que se llamaba María Victoria murió ayer tarde en su Casa de Pilatos, en una Sevilla de abanicos de octava de la Virgen de los Reyes. 

El resto en este enlace:


Antonio Burgos dedicaba su columna en ABC del día 19 a recordar a la Duquesa de Medinaceli en un artículo breve, pero cargado de afecto, a la que ha sido la gran desconocida de la nobleza española. En apenas tres párrafos se nos muestra a la auténtica Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, Mimi para sus más allegados: mujer entregada a su adorada Sevilla y los sevillanos, con un sentido del humor finísimo y una entereza sólo comparable a la del santo Job

El empresario Enrique Moreno de la Cova decía el mismo lunes 19 que "ahora es un buen momento para escribir sobre ella", lo cual no deja de ser una prueba de que aún queda mucho por descubrir de esta fascinante mujer, ejemplo para los de su clase y para todos aquellos que la conocieron. 

Ojalá este sentido escrito sea el principio de muchos más que coloquen en el lugar que le corresponde a la extraordinaria persona que ha sido la XVIII Duquesa de Medinaceli, la más insigne de España. 

Podéis seguir a Antonio Burgos en su página web y en Twitter.

domingo, 25 de agosto de 2013

Obituario: Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, XVIII Duquesa de Medinaceli (1917-2013)

En la tarde del pasado domingo 18 de agosto, hace ya una semana, falleció en su residencia sevillana a los 96 años de edad Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, XVIII Duquesa de Medinaceli, junto con medio centenar más de títulos, once veces Grande de España y cabeza de la más importante familia de la nobleza española por ser la descendiente primogénita de Alfonso X el Sabio y, por tanto, de los reyes de Castilla (lo cual le otorga a la Casa de Medinaceli el privilegio de denominarse Real y Ducal).

La XVIII Duquesa de Medinaceli representaba sin duda un puente entre el pasado y el presente. Nació el 16 de abril de 1917, cuando todavía los Hohenzollern reinaban en Alemania y los Habsburgo-Lorena en Austria-Hungría. Hija de Luis Jesús Fernández de Córdoba y Salabert, XVII Duque de Medinaceli, y Ana María Fernández de Henestrosa y Gayoso de los Cobos, se crió, junto a su hermana pequeña María de la Paz, futura duquesa de Lerma, como una auténtica princesa gracias a la colosal fortuna de su padre, considerado el aristócrata más rico de España y apodado como el rey de Andalucía (a la llegada de la II República era el primer terrateniente de España con 80.000 hectáreas en fincas repartidas por todo el territorio nacional). El palacio familiar situado en la Plaza de Colón era el más elegante y opulento de la capital, sólo superado por el Palacio Real, y en las fincas de los Medinaceli era habitual que se contara con la presencia de la Familia Real en cada cacería que se organizaba (como anécdota, diré que Alfonso XIII aprendió a montar a caballo junto al XVII Duque de Medinaceli).

La XVIII Duquesa por Sotomayor (Foto Fundación Casa Ducal de Medinaceli)

Esta entrañable amistad que unía desde hacía siglos a su linaje con los reyes de España hizo posible que la XVIII Duquesa fuera bautizada en el Palacio Real, siendo sus padrinos los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia (de la que recibió el nombre). La relación de fidelidad y cariño mutuo entre ambas familias las conduciría al exilio cuando, el 14 de abril de 1931, era proclamada la república. La Duquesa de Medinaceli fue testigo de excepción de este acontecimiento, acompañando, junto con su abuela, su madre y su hermana, a la reina Victoria Eugenia en el tren que la sacó de España rumbo a Francia. Mientras tanto, su padre permaneció al lado de su gran amigo, el rey Alfonso XIII, en su camino al destierro.

Bautizo de la hija del XVII Duque de Medinaceli (a la derecha) en el Palacio Real (Foto Mundo Gráfico)

Fueron años difíciles para la familia ducal los que siguieron a la caída de la Monarquía: en ese mismo año 1931 falleció Carlos María Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, duque de Denia y Tarifa, tío-abuelo de Victoria Eugenia. En 1936, al drama del inicio de la Guerra Civil se unió el del fusilamiento de Fernando María Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, duque de Lerma y también tío-abuelo de la Duquesa de Medinaceli, y el de la muerte de Casilda Remigia de Salabert y Arteaga, abuela paterna de la protagonista de esta entrada, la cual murió con la pena de no haber podido nunca regresar a España.

En 1937, ante el avance de las tropas nacionales, los Medinaceli decidieron trasladarse a Sevilla, donde poseían la magnífica Casa de Pilatos, lugar en el que recientemente ha fallecido la Duquesa. Por aquel tiempo conoció a Rafael Medina y Villalonga, hijo de los Marqueses de Esquivel, con el que no tardó en comprometerse. La alegría por el próximo matrimonio se vio enturbiada por la muerte de la madre de la novia pocos meses antes del enlace a causa de un cáncer. Las circunstancias obligaron, tristemente, a que la heredera de la Casa de Medinaceli tuviera que casarse enlutada.

La primera de los hijos de la pareja fue Ana, condesa de Ofalia y marquesa de Navahermosa (1940), seguida de Luis, duque de Santisteban del Puerto y marqués de Cogolludo (1941), Rafael, duque de Feria y marqués de Villalba (1942), e Ignacio, duque de Segorbe y conde de Moriana del Río (1947). Mientras la familia crecía, el padre de Victoria Eugenia contrajo segundas nupcias con una dama, María Concepción Rey de Pablo Blanco, que no se ajustaba a los cánones establecidos para la esposa de un duque, y mucho menos si ese duque era el de Medinaceli. Fruto de esta unión nació una hija, Casilda Fernández de Córdoba Rey, que recibió el Ducado de Cardona por parte de su padre.

La Duquesa de Medinaceli con sus tres hijos mayores (Foto Ricardo Mateos Sáinz de Medrano)

La situación creada con el segundo matrimonio del XVII Duque de Medinaceli terminó por estallar al morir éste y procederse a la lectura de su testamento: el grueso de las propiedades familiares quedaban para la segunda esposa y la hija de ambos, dejando a Victoria Eugenia y a su hermana María de la Paz la legítima únicamente. 

Esta decisión del Duque afectaría profundamente a la Casa, haciendo que el gran patrimonio acumulado durante siglos por los sucesivos duques saliera de la rama principal, dejando prácticamente sin recursos a la heredera de los títulos. Numerosas propiedades y obras de arte (entre ellas diversos cuadros firmados por Pieter Brueghel el ViejoPantoja de la Cruz, Lucas Jordán y Goya) pasaron a la madrastra y la medio-hermana de la XVIII Duquesa de Medinaceli. Muchos años más tarde, al ser entrevistada por José Miguel Carrillo de Albornoz y Muñoz de San Pedro, vizconde de Torre Hidalgo, mientras escribía su libro Duquesas: Un póker de damas en el siglo XX (La Esfera de los Libros), Victoria Eugenia recalcó que todo aquello estaba “olvidado y perdonado” y que su sobrina, la actual Duquesa de Cardona, no tenía culpa ninguna de lo que había sucedido años atrás. Su nieto Pablo de Hohenlohe-Langenburg y Medina aseguró al autor que su abuela jamás se lamentó por la pérdida de la inmensa fortuna del XVII Duque, que por tradición debería haberle correspondido a ella por ser la mayor de las tres hermanas y sucesora en el grueso de los títulos familiares.

Gracias a la desahogada posición económica de su marido, alcalde de Sevilla entre 1943 y 1947 y exitoso industrial, la XVIII Duquesa pudo sacar adelante el, a pesar de todo, ingente patrimonio heredado. Asimismo, también se dedicó a la realización de importantes obras sociales, especialmente relacionadas con la educación y la atención sanitaria a los más necesitados.

Rafael Medina y Villalonga con uniforme de Maestrante (Foto Fundación Casa Ducal de Medinaceli)

Con este objetivo durante años fue celebrada la Fiesta de la Primavera en la Casa de Pilatos. En ella se ponían de largo las hijas de las grandes familias europeas y americanas a cambio de una cantidad de dinero que iba destinada a la Cruz Roja. Por allí desfiló desde la realeza internacional (los príncipes Franz Josef y Gina de Liechtenstein, Rainiero y Gracia de Mónaco, Mulley Abdullah de Marruecos, Esperanza de Borbón-Dos Sicilias y Orleans, la Begum Yvette), hasta lo más granado de  Hollywood (Orson Welles, Audrey Hepburn), pasando por los principales títulos de España (los Duques de Alba, Alburquerque y Arión, por nombrar sólo a unos pocos) y las más importates figuras del folclore nacional (como Lola Flores). Esta labor le valió que en 1963 la Cruz Roja le concediera a la Duquesa la Medalla de Oro en agradecimiento a sus significativas aportaciones.

La XVIII Duquesa con el príncipe Franz Josef de Liechtenstein durante la Fiesta de la Primavera celebrada en 1965. Detrás, la princesa Gina con el Duque (Foto ABC)

Fue precisamente durante la década de los 60 cuando en la familia se empezó a tantear la posibilidad de crear una fundación que evitara futuras dispersiones y que se pudiera repetir la situación creada con el testamento del XVII Duque. En 1978 se constituyó la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, aprobada finalmente por el Ministerio en 1980, en la que la Duquesa de Lerma depositó diversas obras de arte que le habían correspondido en la testamentaría de su padre. La creación de esta institución fue un enorme acto de generosidad por parte de la Duquesa y sus hijos, ya que con ella renunciaban a la propiedad de un valiosísimo patrimonio que nunca podrían recuperar bajo ninguna circunstancia.

Dese entonces, la Fundación se ha encargado de conservar y aumentar en la medida de sus posibilidades las colecciones familiares, poniéndolas a disposición de todos aquellos interesados en conocerlas y estudiarlas. Mención aparte merece la apertura a los investigadores del importantísimo archivo familiar, uno de los más importantes de España y de Europa conservados en manos privadas.

La Duquesa de Medinaceli en la Casa de Pilatos, uno de los principales monumentos que forman parte de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli (Foto Paris Match)

Los años 90 trajeron nuevas desdichas en la vida de la XVIII Duquesa, que prácticamente la acompañaron hasta el final de sus días. En 1992 falleció el marido de Victoria Eugenia a los 87 años de edad. Pocos años más tarde comenzaron los escándalos judiciales protagonizados por el tercero de sus vástagos, Rafael, los cuales generaron un gran disgusto en ella. En 1996, poco después de contraer matrimonio con la alemana Sandra Schmidt-Polex, su nieto Marco de Hohenlohe-Langenburg y Medina sufrió un fatal accidente de moto que le dejó importantes secuelas. El siglo finalizó con la muerte de su hermana María de la Paz, duquesa de Lerma, y de su medio-hermana Casilda, duquesa de Cardona, ambas en 1998. El comienzo de siglo no fue mejor, ya que en 2001 murió su hijo Rafael, duque de Feria. No fue ésta la última puñalada del destino que iba a recibir Victoria Eugenia: si perder a un hijo es el dolor más grande que puede experimentar una madre, la Duquesa de Medinaceli tuvo que vivir esta experiencia multiplicada por tres. En apenas un año vio cómo el cáncer le arrebató a sus dos hijos mayores. En 2011 murió Luis, duque de Santisteban del Puerto, y en 2012 falleció la primogénita, Ana, condesa de Ofalia.

El Duque de Santisteban del Puerto con su esposa en 1991 (Foto ¡HOLA!)

Únicamente su honda y sólida fe católica pudo ayudarle a superar todas estas difíciles pruebas, a las que se unía su propia enfermedad, la cual fue desgastándola poco a poco, aunque, para bien o para mal, mantuvo sus facultades mentales hasta el final, siendo consciente de lo que ocurría a su alrededor.

A pesar de que su salud había empeorado en los últimos tiempos, la muerte de la Duquesa de Medinaceli no ha sido por ello menos luctuosa. Con ella, última representante de una generación ya extinguida, se cierra una página. Fue una dignísima duquesa de Medinaceli que supo hacer frente a sus obligaciones y honrar a sus antepasados, superando las grandes dificultades con las que se encontró a lo largo del camino.

Muchos son, especialmente en Sevilla, los que están en deuda con ella. Ya sean los niños que recibieron una educación en el colegio instalado en la Casa de Pilatos, los enfermos que pudieron ser atendidos en las instalaciones de la Cruz Roja mantenidas gracias a los donativos obtenidos por la Duquesa, los historiadores que han podido acceder sin limitación alguna a los archivos de la Casa o los miles de visitantes que han disfrutado de las ricas colecciones familiares, abiertas al público durante todo el año.

Pese a que nunca deseó figurar en los medios (hasta en el momento de irse parece que ha querido hacerlo de la manera más discreta, en agosto, cuando las redacciones están bajo mínimos y la gente desconectada de la actualidad informativa), su legado quedará como testimonio de una vida consagrada al servicio de la más importante casa nobiliaria de España.

Descanse en paz esta ilustre dama, cuya grandeza iba más allá de la de los títulos que poseía. Sin duda alguna, una noble y aristócrata en el más estricto sentido de la palabra.

El pendón de los Medinaceli ondea a media asta luciendo crespón negro 
(Foto GTRESONLINE)

viernes, 23 de agosto de 2013

El caso Medina Sidonia: La polémica historia de la duquesa roja, sus hijos y su viuda

“Este libro de Íñigo Ramírez de Haro sugiere preguntas fundamentales como: ¿deben sacarse a la luz los trapos sucios de las familias ilustres o han de esconderse? En el primer caso llega el escándalo pero, si se lavan en privado, se perpetúan los agravios. 

La historia de la duquesa roja −fallecida en marzo de 2008−, sus hijos y su viuda es una historia de grandes pasiones, fervores ideológicos, traiciones domésticas, amores prohibidos, abandono e apropiaciones indebidas. Es la historia de la familia aristocrática más antigua de España, incluso más que los mismísimos Borbones; es, por tanto, la historia de España. ¿Qué piensan la duquesa de Medina Sidonia y sus hijos de los polémicos asuntos familiares? ¿Qué opinan de la sociedad y la monarquía? ¿Qué dicen de ellos quienes les conocen bien? ¿Son una vergüenza para la aristocracia o, por el contrario, unos inconformistas que no callan ante la injusticia? 

Desde los griegos, «aristocracia» significa «el gobierno de los mejores», de los «excelentes». Una sociedad sin excelentes no progresa, no crea; se estanca y muere de mediocridad. En estas páginas se habla de excelencia y de excelentes, como algunos de los miembros de la casa Medina Sidonia: Guzmán el Bueno, héroe de Tarifa; el I conde de Niebla, que introdujo la dinastía de los Trastámara en Castilla; el I duque, que proclamó reina a Isabel la Católica; el almirante de la Armada Invencible… 

Una saga de vidas turbulentas, al margen de las convenciones, que cuando chocan, estallan. 
El autor tiene claro que, de repetirse una guerra civil como la de 1936, sería fusilado por ambos bandos. ¿Es eso originalidad o falta de inteligencia?”

Seguramente la aristócrata más insigne de España, Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, duquesa de Medina Sidonia, jamás pasó desapercibida allá por donde puso sus linajudos pies. De ella se dijeron muchas cosas, la mayoría de las veces falsas y otras tantas medias verdades, siendo siempre el elemento común de todas ellas la polémica y la controversia.

Republicana, antifranquista, lesbiana, alcohólica, derrochadora, mala madre, alborotadora… Éstos son algunos de los calificativos que le dedicaron y que no hicieron más que aumentar el mito y el aura de misterio de la que algunos bautizaron como la duquesa roja.

Es por ello que cuando salió a la venta el libro dedicado a la figura de la Duquesa de Medina Sidonia escrito por Íñigo Ramírez de Haro Valdés, marqués de Cazaza en África e hijo de Ignacio Fernando Ramírez de Haro y Pérez de Guzmán, conde de Bornos y Murillo, entre otros títulos, y Beatriz Valdés y Ozores, marquesa de Casa Valdés, la expectación no pudo ser mayor. 

El caso Medina Sidonia: La polémica historia de la duquesa roja, sus hijos y su viuda (La Esfera de los Libros), que así se titula la obra, llegó a las librerías sólo unos meses después de fallecer la protagonista, en 2008, cuando todavía estaba reciente la gran polvareda mediática levantada por Luisa Isabel al haberse casado in articulo mortis con Liliane Dahlmann, su secretaria y una de las personas que más le apoyó en sus proyectos a lo largo del cuarto de siglo que compartieron juntas.

El libro se divide en 14 capítulos que tratan asuntos diferentes: en cuatro de ellos el autor reflexiona sobre cómo ha evolucionado a lo largo de los siglos, desde la Antigüedad hasta nuestros días, el concepto de nobleza y aristocracia; tres están dedicados a analizar el papel de los sucesivos duques de Medina Sidonia en la Historia desde diversas ópticas; y por último en los siete restantes Íñigo Ramírez de Haro entrevista a diversas personas que conocieron a la fallecida Luisa Isabel. 

Esta última parte es la que verdaderamente habla de la duquesa roja, ya que la primera no deja de ser una divagación filosófica sobre la excelencia y la segunda un repaso histórico de los antepasados de la protagonista.

Algunos de los entrevistados que aparecen en el libro son los tres hijos de la Duquesa (Leoncio, Pilar y Gabriel González de Gregorio y Álvarez de Toledo); Miguel Ángel Arenas, conocido como “el Capi”, antiguo amigo de Luisa Isabel; varios vecinos de Sanlúcar de Barrameda, donde se encuentra el palacio de los Medina Sidonia; Gerarda de Orléans-Borbón y Parodi-Delfino (cuya familia siempre ha tenido una gran relación con Sanlúcar); Ramón Pérez-Maura, actual duque de Maura (pariente suyo) y la propia Liliane Dahlmann, entre otros. 

La última entrevista, que además ocupa el capítulo final, es la realizada a la Duquesa de Medina Sidonia, en la que ésta habla sobre temas variados (la Monarquía, la situación política de España, la relación con sus hijos, qué función le corresponde a la nobleza en el presente, las peripecias del archivo familiar, etc…). 

Son estas conversaciones precisamente las que hacen valioso al libro: los personajes responden a las preguntas exponiendo su versión, que cambia sustancialmente de unos a otros (el mejor ejemplo está en cómo el pequeño de los tres hermanos, Gabriel, habla desde el más profundo rencor hacia su madre, mientras que la mediana, Pilar, ex duquesa de Fernandina, lo hace desde una posición mucho más benevolente, intentando transmitir un testimonio neutral). 

A través de los distintos diálogos se hace posible reconstruir la vida de la controvertida aristócrata por primera vez, ya que hasta el momento no había ningún libro centrado en su biografía. Mención aparte merece el apartado dedicado a las fotografías, la mayoría de las cuales han sido cedidas por su hija Pilar, siendo inéditas gran parte de ellas. 

Sólo por ser, como he dicho anteriormente, la primera biografía de Luisa Isabel Álvarez de Toledo ya merece la pena su lectura. Si además añadimos que son los propios protagonistas los que, desde su perspectiva y su experiencia, trazan el perfil de la aristócrata, el libro se hace imprescindible para intentar entender a la que fue sin duda la enfant terrible de la aristocracia española. 

A lo largo de sus más de 350 páginas aparecen testimonios que describen situaciones surrealistas, otros que nos muestran una imagen perversa de la Duquesa de Medina Sidonia, mientras que los hay que manifiestan un profundo agradecimiento a Luisa Isabel por su labor en pro de los desamparados y de todo aquel que necesitó de su ayuda (para mí una de las caras más desconocidas de ella es la de las admirables labores sociales que desempeñó). Todos son, al fin y al cabo, las dos caras de la misma moneda. 

Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, duquesa de Medina Sidonia, la duquesa roja, fue una contradicción en sí misma según la mayoría de los que han participado en este libro. Y es que, como se suele decir, si ella no hubiera existido hubiéramos tenido que inventarla

Portada del libro (Foto La Esfera de los Libros)

miércoles, 14 de agosto de 2013

“Sin educación y respeto no vamos a ningún lado"

Diego Osorio es un tío grande. Y punto. No se me ocurren más calificativos para definirle. Vale que quizás me deje llevar por la subjetividad pero es que cuando le conoces te conquista. Quizás porque como dice él: “Soy más tímido de lo que parezco y no sé estarme quieto”, una mezcla que consigue que te caiga bien inmediatamente después de que te lo presenten.

El resto aquí:


De nuevo la revista GQ ha escogido a un aristócrata para someterle a su test. Si hace dos semanas era el Duque de Feria el elegido, esta vez le ha tocado el turno a Diego Osorio Nicolás-Correa, hijo de Miguel Osorio y Díez de Rivera, Marqués de los Balbases y Conde de la Corzana, y nieto de Miguel Osorio y Martos, Duque de Alburquerque. 

Diego Osorio, además de ser un asiduo de los desfiles de moda y (a su pesar) de la prensa rosa, también colabora activamente en la iniciativa Un kilómetro, una sonrisa, cuyo fin se centra en la superación a través del deporte de las dificultades personales que sufren los enfermos crónicos.

Diego Osorio (Foto GTRESONLINE)

domingo, 4 de agosto de 2013

La utopía rural del conde

Los pocos vecinos que acuden de vacaciones a Santa Eulalia (Sax-Villena, Alicante) aseguran que la vizcondesa María Avial y Peña, última moradora del palacio de la colonia, murió en Madrid, pidiendo en el metro. Para Vicente Vázquez, cronista de Sax, responsable de la biblioteca del municipio y profesor asociado de Historia de la Universidad de Alicante, es una de las muchas leyendas populares que emanan de este lugar que nació a finales del siglo XIX como arcadia campesina y obrera y languidece abandonado. “Lo que sí sabemos es que la vizcondesa perdió todo cuanto tenía y que murió llena de deudas tras hipotecar sus propiedades”, explica.

Para leer más sigue el hipervínculo:


La explotación agroindustrial Santa Eulalia es la protagonista de este reportaje que publica hoy El País en su edición digital. La Colonia Agrícola, como así se denominó en 1887, fue una iniciativa de Antonio de Padua Saavedra y Rodríguez de Guerra, conde de Alcudia y de Gestalgar, siguiendo los postulados del socialismo utópico. Más tarde, en 1900, se unirían al proyecto Mariano de Bertolano y Roncalí, vizconde de Alzira, y su esposa, María de la Concepción Peña Avial, hija de un riquísimo indiano que la había dotado con la descomunal cifra de 18 millones de pesetas de la época. Fue precisamente este dinero el que hizo posible el desarrollo de la idea del Conde de Alcudia. Aparecieron entonces cultivos dedicados al olivo, la vid y el almendo; una fábrica de alcohol y otra de harina, almacenes, decenas de casas para los trabajadores, una hospedería, un palacio para el Conde, un teatro y hasta un casino.

Nacía así la empresa Saavedra y Bertolano, que posteriormente y por diversos motivos pasaría a manos de la Vizcondesa de Alzira, divorciada de su marido. La ruina de la dama acarrearía el hundimiento de la colonia, que en su día fue completamente autosuficiente. La Guerra Civil y el abandono progresivo que ha sufrido el campo español hicieron el resto.

En la actualidad la colonia se encuentra prácticamente abandonada y con la mayor parte de los edificios que la componen en estado de ruina. Las autoridades han prometido declararla Bien de Interés Cultural, lo que le supondría una protección por parte de los diversos organismos públicos de la que carece actualmente. 

Mientras se materializa el apoyo ofrecido por la Administración, una pareja vecina del lugar ha decidido crear una web en la que dar a conocer la historia, situación presente y noticias relacionadas con la Colonia Santa Eulalia.

Ojalá este enclave vuelva pronto a la vida y no acabe sucumbiendo ante la piqueta, lo cual sin duda supondría una gran pérdida para todos.

El palacio de los Condes de Alcudia en la colonia (Foto www.coloniasantaeulalia.com)

sábado, 3 de agosto de 2013

Juan Manuel Fernández Pacheco y la Real Academia Española

Al principio fue el honor. Al marqués de Villena, y sus siete amigos de tertulia, les escocía que la decadencia política contaminase el reino de las palabras. Invariablemente en cada sesión que celebraban en el palacio de la madrileña plaza de las Descalzas acababan asomados al vacío: España carecía de un diccionario digno de su lengua. Lo tenían Francia, Italia, Inglaterra y Portugal. Pero el país que había esparcido su idioma por todo un continente en los siglos anteriores no tenía un inventario que ayudase a distinguir el grano de la paja, una obra que fijase el retrato-robot de una lengua que venía de días de gloria (el XVII) y que corría el riesgo de despeñarse hacia la insulsez o el deterioro si nadie la documentaba.

El reportaje completo en el siguiente enlace:


Hoy hace 300 años de la firma de la que se ha considerado el acta fundacional de la Real Academia Española, la institución que en estos tres siglos se ha encargado, en sus propias palabras, de "fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza". El lugar donde se rubricó el citado documento no fue otro que el palacio de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, duque de Escalona y marqués de Villena, hoy demolido. Fue el duque, junto con sus demás compañeros de tertulia, el responsable de la redacción del primer diccionario de la lengua española, que con el paso de los años no ha hecho más que ampliarse y potenciar nuestro idioma.

Considerado en su época uno de los hombres más ilustrados de España, fue un firme defensor de la subida al trono de la dinastía Borbón. Ocupó diversos y relevantes cargos políticos, como el de Mayordomo Mayor de Felipe V y Luis I y el de virrey de Nápoles, Sicilia, Aragón, Cataluña y Navarra. Además, fue caballero de la Orden del Toisón de Oro y el primer director de la Real Academia hasta su muerte, acaecida en 1725.

Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (Foto Wikipedia Commons)
Consiguió transmitir a sus hijos las ansias de conocimiento por las que él destacó a lo largo de su vida, como lo demuestra el que el mayor, Mercurio Antonio, fuera también académico fundador de la Real Academia Española y presidente de la misma a la muerte de su padre. A Mercurio Antonio López Pacheco y Portugal le sucedieron de manera consecutiva en la dirección de la Academia sus dos hijos, haciendo así que los cuatro primeros presidentes de la institución pertenecieran a la misma familia.