domingo, 29 de marzo de 2015

Sabía que lo iban a matar

El 25 de marzo de 1980 ETA asesinó a Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, con un tiro en la nuca. Dos fueron las razones para su «ajusticiamiento» según un comunicado de la banda asesina: tratarse de un «representante cualificado del gran capital» y «haberse negado a contribuir económicamente a modo de impuesto revolucionario».

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En una valiente carta, Carlos Aresti Llorente, conde de Aresti, recuerda las circunstancias que envolvieron el asesinato a manos de ETA de su padre, Enrique Aresti Urien, también conde de Aresti. Reproduce en la misiva el documento que su padre firmó ante notario en el cual hacía saber a su familia y allegados que, en caso de que fuera secuestrado por los terroristas, no entregaran cantidad alguna de dinero a cambio de su liberación, aunque ello le supusiera la muerte.

Son precisamente figuras como las del Conde de Aresti las que debemos reivindicar y enaltecer por su firmeza ante los criminales. Personajes, todos ellos aristócratas (en el sentido griego de aristoi), independientemente de su origen familiar, por haber dado un paso al frente contra la barbarie y la sinrazón. Esta consideración, asimismo, se hace extensible a sus familiares, que en muchos casos han debido llevar su dolor en soledad y sin poder contar con el apoyo de la sociedad.

Contra las pistolas, los tiros en la nuca y las amenazas se alzan personalidades destacables, en este caso la de Enrique Aresti, que deben hacernos reflexionar sobre la importancia de, una vez acabados los atentados de ETA, presentar la batalla de la memoria. Los muertos nunca volverán, pero la dignidad robada mediante el olvido o la tergiversación de los hechos que los asesinos han llevado a cabo sí puede ser recuperada con iniciativas como la de Carlos Aresti.

Enrique Aresti Urien, conde de Aresti
(Foto In Memoriam: No olvidar lo inolvidable)

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